Seminario Interuniversitario de Investigadores del Fascismo

Tercera parte del debate sobre la experiencia fascista, la naturaleza del franquismo, la biopolítica y el trabajo en el fascismo. Alejandro Andreassi Cieri en respuesta a Ferran Gallego y Miguel Ángel del Arco

El debate iniciado entre Miguel Ángel del Arco y Ferran Gallego hace algo más de dos meses tuvo continuidad a lo largo de los meses de verano alimentado por la inquietud de estos dos historiadores. Desde el primer momento se hizo perceptible a través de las redes sociales y otras plataformas el interés generado en el seno de la comunidad académica al calor de su intercambio de ideas, un interés que nos alegra profundamente y que esperamos se vea ampliado en los próximos meses con la vuelta a las rutinas de trabajo, sobre todo porque nos encontramos ante una iniciativa pionera en la historiografía española cuyo potencial y posibilidades tan sólo podemos entrever por el momento y que, por supuesto, aspira a reunir en su seno a todas las y los que tengan algo que decir al respecto. Por todo ello, seguimos animando a participar en el debate a aquéllas y aquéllos colegas que tengan interés por alguna de las cuestiones abordadas en las diferentes intervenciones recogidas hasta ahora o, por supuesto, que quieran abrir alguna nueva línea dentro de las reflexiones, principalmente para aportar su particular visión de la naturaleza del franquismo y, más in extenso, el fascismo.

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Precisamente, el primero en sumarse a las reflexiones en curso ha sido Alejandro Andreassi, autor de una obra de referencia como Arbeit macht frei. El trabajo y su organización en el fascismo e indiscutiblemente uno de los principales expertos en fascismo de nuestra comunidad historiográfica, quien actualmente prepara un estudio sobre dicha cultura política y su relación con la biopolítica que se convertirá en una lectura fundamental para los estudiosos castellanoparlantes. Así pues, Andreassi aporta un análisis del fascismo –y por extensión de su versión española, que al igual que Ferran Gallego ve representada en su forma más acabada por el franquismo– enmarcada en las coordenadas de la mejor historia social, muy atravesado por influencias marxistas y foucaultianas. Por ello, entiende al fascismo como un fenómeno enmarcado en la modernidad que, justamente, trata de reinterpretar y preservar el capitalismo a través de la regeneración de la sociedad, una regeneración que al mismo tiempo viene asegurada por el correcto aprovechamiento de las dinámicas y naturaleza de dicho sistema económico. En este sentido, como bien señala el autor, la búsqueda del funcionamiento natural de la sociedad o lo que el fascismo entendía por tal fue algo común a todos los fascismos y, como correlato no menos importante, la justificación de las relaciones socio-económicas en base a esos mismos principios naturales. De ahí la íntima relación entre fascismo y capitalismo señalada por Andreassi: el objetivo manifiesto del primero, que al mismo tiempo propiciaría una sinergia entre ambos, sería potenciar al máximo las capacidades económicas del organismo social que gobernara o pretendiera gobernar, paso previo necesario para la consecución de su proyecto político. Esto es algo que se percibe de forma particularmente acusada en una época en que las principales transformaciones culturales, económicas y sociales que han dado lugar a nuestras sociedades actuales estaban en curso y eran claramente perceptibles en el marco de una o dos generaciones. De ahí que resulten sumamente interesantes sus apuntes sobre el rechazo alemán a la política, entendida ésta como instrumento para la construcción de la sociedad alemana, algo que por contra favoreció a la ciencia y la técnica, vistas ambas como garantes del avance, progreso y gestión de esa misma sociedad y convertidas en máxima expresión del carácter nacional. No por casualidad, su impulso extraordinario desde la segunda mitad del siglo XIX configuró una cosmovisión muy particular, bien reflejada en el film de Ingmar Bergman Das Schlangenei (1977) y perfectamente intuida ya por Alfred Döblin en su monumental novela Berlin Alexanderplatz (1928), todo un documento de época. No obstante, el descrédito de la política y la fe ciega en el poder transformador y benefactor de la ciencia y la técnica no son un fenómeno exclusivo de Alemania, sino que también las encontramos en el caso de Italia e, incluso, España, aunque seguramente no de forma tan acusada, y en todos los casos ayudaron a generar ese espacio de circulación ideológica y ese diagnóstico de la realidad donde acabaría naciendo, creciendo y amalgamándose el fascismo a nivel europeo.

Fundación de la sucursal de las Reichswerke "Hermann Göring" en Linz (1938), cuya finalidad era la explotación del hierro doméstico.

Fundación de la sucursal de las Reichswerke «Hermann Göring» en Linz (1938), cuya finalidad era la explotación del hierro doméstico.

Una de las cuestiones que atraviesan el texto del propio Andreassi, continuando con uno de los objetos de interés de del Arco y Gallego, es entender si el fascismo puede ser revolucionario o no, algo que seguramente depende del peso que otorguemos a la variable material o económica y hasta qué punto veamos diferencias entre los usos sociales y políticos bajo el fascismo y la democracia. Un posicionamiento en este aspecto del debate requeriría entrar más a fondo en la cuestión, y esto no pretende ser más que un texto introductorio que facilite la moderación y presentación de este intercambio de ideas, no obstante creo que puede ser útil dejar aquí algunas líneas propias. Personalmente, creo que sí hubo un cambio revolucionario entre la experiencia de Weimar y la del III Reich, igual que lo hubo entre la II República y el franquismo, aunque sólo sea por el deseo de querer creer que dicho cambio se había producido, una realidad entre los principales agentes del fascismo y sus simpatizantes, que creían estar abriendo paso a una nueva época. Se trata de un cambio revolucionario que para mí se cifra en la cancelación radical de otros proyectos políticos, ya fueran reformistas o revolucionarios, que ante una eventual victoria total del fascismo habrían enfrentado su extinción y desaparición total. ¿Acaso no fue revolucionario –no en un sentido positivo, claro, si dijera contrarrevolucionario, quizás más correcto, sin duda estaríamos de acuerdo– el intento del fascismo por penetrar la corteza moral y cultural de las sociedades europeas, forjada al calor de las luchas sindicales, las conquistas de los derechos políticos y la libertad de expresión? De algún modo, qué duda cabe, el fascismo buscaba un cambio irreversible en el curso de la historia, no menos que cualquier otra de las culturas políticas nacidas desde 1789, y los cambios propiciados por el fascismo fueron persistentes o, cuanto menos, tenían dicha voluntad, tanto es así que muchas de sus obras fundamentales, como la culminación de la nacionalización de las masas –especialmente de las clases medias–, conforman una parte esencial de la realidad de nuestros días. Como siempre, lo que da razón de ser a este oficio y hace de él algo interesante es la diferencia de criterios y visiones, así como la búsqueda de consensos, y el trabajo con conceptos amplios y polémicos como los de «cultura» o «revolución» hace que varíen mucho nuestras percepciones de los diferentes fenómenos estudiados. De ahí que Andreassi entienda que el fascismo no es revolucionario, pues sostiene que para serlo debería haber propiciado un cambio integral en el ámbito de lo material, de los usos y las costumbres, que a su vez es lo que hace posible la transformación del universo simbólico de una sociedad dada. Personalmente, estoy de acuerdo en que lo cultural no puede entenderse sin el factor político-social, pero tampoco al revés, así pues, creo que la interacción mutua de ambas dimensiones acabó provocando en muchas ocasiones –y seguramente así debió de ser bajo el fascismo– un traslado del eje de rotación de los fundamentos básicos de la vida en comunidad.

Construcción del Canal del Bajo Guadalquivir con mano de obra forzosa (años cuarenta). La obra no se completaría hasta principios de los años 60.

Construcción del Canal del Bajo Guadalquivir con mano de obra forzosa (años cuarenta). La obra no se completaría hasta principios de los años 60.

Existía en el fascismo una voluntad real de cambio social, la cuestión quizás pase por trasladarse a lo que ellos entendían por tal cosa, y no se trata de un mero ejercicio de relativismo en torno a principios básicos sobre los que podría ser deseable un consenso –aunque no positivo desde el punto de vista del conocimiento–, sino que más bien se trata de un ejercicio de traslación consciente y difícil que busca entender un fenómeno determinante de la modernidad como es el fascismo. Tratar de entender hasta sus últimas consecuencias la lógica del fascismo puede ser un ejercicio peligroso, pero seguramente dicha temeridad sea necesaria. En este punto cabe pensar que más allá de, por ejemplo, la sanción consciente de las desigualdades sociales y económicas bajo el fascismo –algo que desde luego no me atrevo a negar– es posible que muchos fascistas convencidos entendieran que por medio de su acción quedaba expedito el camino para la emancipación del hombre, pero de una forma particular y, seguramente, a su parecer la única posible, es decir, a través de la pertenencia a la comunidad nacional [véase, la emancipación de unos en detrimento de otros]. Sin lugar a dudas, otra cosa es considerar que dicha idea de emancipación es mero despotismo ilustrado, algo que se percibe bien en las conversaciones privadas de Hitler que conservamos, donde el líder de origen austriaco señala en varias ocasiones como objetivo del nacionalsocialismo la felicidad [das Glück] de los alemanes. No obstante, eso no puede dejar a un lado que el fascismo bebe en muchos casos de las mismas raíces que las grandes culturas políticas de la contemporaneidad, la Ilustración, y seguramente no podría ser de otro modo. Sea como fuere, estoy de acuerdo con Andreassi cuando señala que el fascismo fue un proyecto político que capitalizó e intensificó aquellos aspectos de la modernidad que podían redundar en beneficio de su proyecto político y, añadiría yo, de aquellos individuos y colectivos que se fueron sumando a él, siempre a diferentes niveles. Se trataba de conducir todo a «la coincidencia del estado-nación con la nación étnica» y la creación de un amplio imperio económico-racial autosuficiente sobre el continente europeo. En este punto la guerra era el instrumento y el escenario inevitable donde se habría de producir la consecución de dicho proyecto.

Cadena de montaje de Panzer (1944)

Cadena de montaje de Panzer (1944)

A lo largo de sus reflexiones, Andreassi nos deja también toda una serie de apuntes de lo más interesantes que nos ayudan a comprender desde prismas diferentes los procesos de fascistización, precisamente a través de la construcción de hegemonías o espacios de circulación ideológica compartidos. Según él, las hegemonías sólo pueden entenderse a partir de múltiples focos y de los más diversos agentes, lo cual favorece claramente su penetración en la sociedad por medio de múltiples prácticas y discursos, revestidas de diferentes argumentos y legitimidades. Así se observa en el proceso de fascistización en España, no menos que en otros como el alemán (véase pp. 8-9, donde muestra la confluencia y admiración de la Sociedad de Ingenieros en España respecto a los postulados del nacionalsocialismo para la organización del trabajo ya desde 1933-34). No por nada, Andreassi se decanta por analizar relaciones y estructuras comunes presentes en el desarrollo de todo fascismo y, a menudo, preexistentes, pues en realidad nada surge ex novo. Para él no es casualidad que el proyecto social y económico del fascismo se fundamentara en la codificación mito-poética de las relaciones de poder preexistentes, poniendo especial hincapié en un ámbito estratégico para el proyecto fascista como sería el del trabajo, que debía favorecer el nacimiento del nuevo hombre y la transformación de la realidad en el sentido deseado por éste. En este sentido, el autor nos aporta algunas claves básicas para entender el mundo del trabajo en el fascismo, dentro de una perspectiva comparada que recoge los casos de España y Alemania. Así, uno de los presupuestos fundamentales de los que partía el fascismo es que las propias condiciones de la modernidad, por el poder y la dependencia extremada respecto a la técnica, la maquinización y los métodos de organización y gestión modernos colocaban en una posición de inferioridad al trabajador, inferioridad que el fascismo no construía como tal, sino como algo natural y, por lo tanto, digno e inevitable. Precisamente, uno de los objetivos que se marcó el fascismo desde el principio fue hacer viable algo que, según sus principales ideólogos, líderes y militantes, se había puesto en cuestión durante los años previos a su llegada al poder: la vida en comunidad en las condiciones de la modernidad, de ahí que se buscara aplicar los mismos principios orgánicos a todos los ámbitos de la realidad, haciendo del fascismo un complejo sistema de cuerpos u organismos entrelazados y dependientes entre sí. Esto se pondría plenamente de manifiesto en el modelo laboral aplicado durante el franquismo, que bebería directamente del alemán, es decir, un modelo basado en el poder omnímodo del empresario, donde la ausencia del contrato a favor de un modelo relacional pondría de manifiesto la dependencia total del trabajador, que habría de rendir pleitesía al empresario y hacer méritos para conseguir sus derechos. Como el propio Andreassi nos demuestra mediante un breve pero intenso recorrido por el caso español, no es baladí el hincapié de los ideólogos del régimen en el relacionismo como forma de organización del trabajo, huyendo del contrato artificial, alejado de los principios naturales, de ahí que el autor defienda que la regeneración social –la política social, en definitiva– pretendida por el fascismo se articulaba a través de las propias fuerzas y posibilidades inherentes al capitalismo. Llegados los años 60, los dirigentes franquistas no renunciaron fácilmente a cuestiones centrales como ésta, que se hallaban insertas en los mismos principios fundacionales del régimen, ya que no sólo se había vertido sangre sn su nombre, sino que eran entendidos como puntales ordenadores de sus cosmovisiones personales y colectivas y, también, como garantes de su poder y legitimidad (véase p. 13, n. 8).

Trabajadoras forzosas de origen soviético en la industria alemana

Trabajadoras forzosas de origen soviético en la industria alemana

Más allá de los puntos de acuerdo que Andreassi mantiene con del Arco y Gallego –él mismo se encarga de señalar los fundamentales, que son más con el segundo que con el primero–, cabe hacer hincapié en sus importantes precisiones metodológicas, siguiendo algunos apuntes realizados por del Arco en sus contribuciones al debate. Entrando en el problema de la conceptualización Andreassi entiende que son los conceptos los únicos contenedores posibles de nuestra experiencia investigadora, de nuestro trabajo con fuentes y datos de toda índole, y éstos deberían generarse a posteriori, frente a lo que ocurre por lo general, quizás de forma inevitable por las dificultades y características de nuestro oficio, donde muchas cuestiones clave como el marco interpretativo se establecen a priori. Por lo tanto, para Andreassi la historia no se trata tanto del mero llenar vacíos historiográficos como del avanzar también en el uso de los conceptos, en su definición y en la búsqueda de consensos en torno a éstos. Así pues, realizando un análisis de nuestra visión actual del fascismo y sus implicaciones a nivel social, cultural y político, señala que «el proceso de nombrar y significar hechos o fenómenos muchas veces [se encuentra] inextricablemente vinculada al núcleo del concepto un juicio moral sobre aquellos», mostrando una vez más su convicción de que no sólo no es incompatible la implicación del historiador con su presente, sino acaso necesaria de cara a entender sus objetos de estudio. Por ello, al mismo tiempo defiende que «la tarea del historiador es reconstruir el pasado del modo más completo, para que la sociedad disponga de un conocimiento crítico o al menos sobre el que se puede ejercer la crítica radical no sólo del pasado sino del propio presente, en la medida que se pueden atribuir a los fenómenos contemporáneos vinculaciones culturales o etimológicas con el pasado estudiado». Andreassi se atreve a ir más allá y señala algo de sumo interés que nos invita a la reflexión, y es que «el historiador como científico social puede incluso estar recurriendo a su sentido moral para calibrar la dimensión del hecho analizado», poniendo en valor el potencial de la propia intuición en la comprensión del pasado en este tiempo que vivimos de giro emocional en la historia. Por eso, añade, «la desviación de las conductas estudiadas respecto a los códigos morales de los cuales participa el historiador, o la creación de una nueva moralidad antagónica a la del historiador son motivos poderosos no sólo para condenar sino para investigar». (p. 4) No obstante, el propio autor es consciente de los problemas que se pueden derivar de todo ello, y advierte frente a un uso excesivamente liberal del concepto o la idea de fascismo, pudiendo llevar a su implosión semántica, histórica y política.

Órgano del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo

Órgano del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo

En definitiva, Andreassi no apuesta por imponer su visión del franquismo como fascismo, de la cual da buenas razones a lo largo de su contribución al debate, sino que anima claramente a abrir el debate sobre su naturaleza aceptando el diálogo franco y abierto y, por supuesto, invitando a compartir, desarrollar y comparar nuestras diversas concepciones del fascismo. Al mismo tiempo, para concluir, invita a llevar a cabo una disección cuidadosa y meditada del parafascismo en relación con su época y, por supuesto, con el franquismo y sus prácticas sociales, políticas, económicas y culturales. Sin duda son dos retos interesantes que, a buen seguro, muchas y muchos colegas estarán dispuestos a asumir.

TEXTO PARA DESCARGA:

Alejandro ANDREASSI, «Siguiendo el hilo de Ariadna tendido por Ferran Gallego y Miguel Ángel del Arco, algunas observaciones sobre el fascismo y la contrarrevolución»

Esta entrada fue escrita por davidalegrelorenz y publicada el 9 septiembre, 2014 a las 17:19. Se guardó como Debates, interpretaciones y método, Mesa de debates y etiquetada , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

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